¿Se acabará mi vida si voy a la cárcel?

Etnografía - Salida de Campo


¿Se acabará mi vida si voy a la cárcel?
Visita a la Cárcel Modelo de Bogotá


Nuestro grupo, conformado por Diana Pérez, María Alejandra Oyaga y yo, Paola Silva, habíamos mandado una carta el viernes 22 de agosto, a la base del Core para que nos dejaran visitar la institución. Alrededor de la mañana del lunes 2 de septiembre, mi amiga Diana nos informó que habían confirmado la visita y la habían programado para el jueves 28 de septiembre a las 8 de la mañana.
Antes de adentrarnos a la investigación realizada, haré una pequeña pausa para contar el concepto que tenía previamente al encuentro con el correccional.  La mayoría de veces que mencionan la palabra cárcel, tendemos a pensar en las penitenciarías de Estados Unidos, inducidas a las imágenes que nos proporciona el mismo Hollywood: una edificación con pequeñas ventanas en una isla o fuera de la ciudad, rejas grises, alambres de púas, disciplina, celdas individuales y uniformes naranjas; similares a las que nos presentan shows como Orange is the new black, Oz y Prision Break, o en películas tales como The Shawshank Redemption, Espace plan o the Green Mile. Tal vez si especificamos, una cárcel latinoamericana, ya empezamos a asemejar los temas de sobrepoblación, suciedad y sobre todo, hostilidad que reinaría sobre una cárcel de procedencia latina. Este era el concepto en el cual residía mi opinión sobre las cárceles, sumándole un poco las nociones de reformatorios venezolanos, en los cuales es común encontrar clubs nocturnos, bares y prostíbulos. Además de la frecuencia de acontecimientos como masacres, contrabando de drogas, violaciones y hasta canibalismo, que ocurren en prisiones de mi país de origen. Agreguemos el hecho de que la cárcel es únicamente masculina y mi grupo de trabajo no contaba con un integrante de ese sexo, ni tampoco con alguien mayor a los 21 años. Siendo estos últimos datos, los que generaron en mí un presentimiento de nervios, conmoción y temor puro durante los días preliminares a la visita. A pesar de ello, me consolaba la idea de que no era una cárcel venezolana y que no estaría sola en ningún momento del recorrido.
Diario de campo
Miércoles 27 de septiembre de 2017


Mi travesía comenzó como tal, la noche del miércoles 27 dado a que debía preparar mi vestimenta para ir a la prisión. Nos habían dado una serie de pautas para visitar la cárcel, que indagaban en lo básico: No llevar joyas (zarcillos, cadenas, collares, pulseras), no ir en camisas escotadas o de tiras y no llevar cinturón. A parte nos dieron una serie de consejos, cómo: ir en jean; con un saco cubierto, debido a que generalmente hacía frío dentro de la penitenciaría; y usar unos tenis que fuesen fáciles de quitarse y ponerse otra vez, ya que nos iban remover los zapatos en los accesos de seguridad. Estas sugerencias me ayudaron mucho, puesto que de no haberlas escuchado, me hubiese vestido de la misma manera en la que uno se viste para ir al aeropuerto.


Jueves 28 de septiembre de 2017
Acordamos en vernos a las 6:20 am en la estación de Alcalá. Yo decidí no llevarme el celular para prever algún robo, accidente o descuido. Lo único que cargaba era dinero, llaves, la tarjeta del transmilenio, la cédula, una libreta y un esfero.  Me generó preocupación estar incomunicada y no saber la hora exacta para encontrar a mis compañeras, pese a ello, las encontré rápidamente antes de abordar el K23. Rodamos alrededor de una hora hasta la estación Gobernación, desde ahí iniciamos una caminata de 30 minutos hasta la cárcel Modelo. Fue muy interesante ver cómo a medida que a atravesamos la ciudad, las calles se deterioran progresivamente y los civiles que caminaban por las calles, se volvieron mayormente militares y hombres de traje. A pie, pasamos por la Fiscalía General de la Nación y como aún era temprano, concordamos en desayunar en un Colsubsidio que daba a una calle desgastada y desolada. Transcurrido el descanso, nos adentramos en una calle industrial, llena de plantas empresariales y fábricas de diferentes artículos de construcción. Dicha calle desembocaba en una vía con barandas en su entrada y una pequeño cuartel con el nombre de "Comando Core - 20 años". Habíamos llegado a la cárcel Modelo.
Al entrar, encontramos a 3 trabajadores de la prisión: dos militares y 1 secretaria. Uno de los cadetes nos preguntó automáticamente sobre el motivo de nuestra presencia. Al explicarle el evento, con una voz muy amable nos dijo - "ya les llamo al teniente Ladino" y detenidamente, tomamos asiento en un pequeño sofá de la habitación. Durante la espera, no pude dejar de notar los múltiples baches, premios, trofeos de tiro, insignias y sobre todo el gran pizarrón que tenían colgados en la pared. El pizarrón contenía una enorme tabla y diversos datos escritos con una letra sumamente impecable. Decía fechas de comisiones, escoltas, citas médicas, salidas de incapacitados, entre otras siglas que no pude descifrar. Repentinamente mi atención se vio intervenida por un soldado, quién venía a preguntar por nosotras, a lo cual uno de los cadetes sentados le respondió que ya había llamado al Teniente Ladino para ver por donde venía. Ella nos miró y nos comentó que el Teniente sonaba un poco enfermo y a eso se debía su retraso.
Ya hacía las 7:57 am, llegó un señor alto, moreno, grueso, serio, entre los 45 a 50 años, vestido de camo azul con un parche que decía "Teniente Ladino M. William". Al cruzar la puerta, nos miró de pies a cabeza y se presentó. Nos preguntó si llevábamos las  cédulas y nuevamente, nos  hizo  dejar todo objeto metálico que llevábamos con nosotras. La soldado nos hizo guardar la maleta de mi compañera con todas nuestras posesiones en una gaveta de la oficina.
Seguidamente, cruzamos al otro lado de la calle hasta llegar a una especie de cantina en donde los soldados, cadetes y otros tenientes al mando pasaban el rato. Me percaté de cómo al salir del cuartel las miradas de los otros oficiales se volvieron a nosotras, pues resultaba natural debido a que resaltamos entre ese mar de hombres en camo azul. Todos vestidos con un patrón de camuflaje azul opaco y oscuro. También llevaban cascos, boinas negras y azules, algunos gorras, otros con gafas y grandes armas en sus manos. Ante la cantina de metal, el teniente nos ofreció algo caliente de beber. Hay que hacer un énfasis la manera en que nos miraba el teniente, ojeadas rápidas y distraídas. Sólamente cuando salimos de la cantina y empezamos a hablar un poco más, empezó a tener un contacto visual más largo con nosotras. Sin embargo, a medida en que nos indicaba los diferentes establecimientos que se encontraban afuera de la prisión, se mantenía atento a su entorno, hasta el punto de que notó una maleta negra sobre la cubierta delantera de un carro. Me resultó impresionante, dado a que habríamos caminado al frente de este vehículo y nadie había notado nada. Ladino se alarmó y apresuradamente llamó a uno de sus guardias para que revisara dicho objeto.
Llegamos a la entrada de la cárcel Modelo, la cual consistía en un gran muro blanco, una ventanilla de vidrio polarizado, un toldo azul oscuro y un enorme portón negro. Miré directamente a las personas que se encontraban en la entrada y el teniente no pudo evitar un comentario sobre la larga fila para entrar al establecimiento. Entre estas, se encontraba un grupo grande vestido de blanco y una novia, seguida de su familiares vestidos elegantemente. El teniente nos llevó a la puerta y nos hizo esperar allí por unos momentos. La demora de Ladino me permitió hacer un breve análisis del lugar. El grupo grande de personas vestidas de blanco, eran jóvenes de mi edad y todos cargaban bolsas llenas de artículos alimenticios e higiénicos, por lo que deduci que era un grupo de voluntarios sociales con el motivo de donar recursos a la cárcel. Por otro lado, había llegado otra novia al lugar, los familiares de la primera novia que esperaban al frente del portón vehicular de la entrada, observaron a la segunda novia con decepción. La fila que esperaba ante la puerta peatonal, eran mayormente mujeres de distintas edades, a lo cual, supuse que se trataba de esposas, madres, hijas y compañeras de los encarcelados. En la vereda de la calle, habían diversos carros y buses de la INPEC, lo cual nos hizo preguntarnos si allí trasladaban a los penitenciarios.
El teniente volvió y nos pidió nuestras identificaciones. Recordé que había olvidado la mía en el cuartel. Por suerte la entrada no estaba tan lejos, por lo que fui corriendo, volví y continuamos la espera. Entre tanto, mis compañeras le empezaron a preguntar sobre los buses de la INPEC.  Empecé a tomar notas de lo que decía el Teniente Ladino; nos contó que alrededor del año 2007, la cárcel tuvo una sobrecarga masiva de 8.000 internos, mientras que la capacidad de Modelo, es de 4.000. Esto se debía a las capturas diarias y las insensatas decisiones de los magistrados bogotanos de la época. "Esto no es una bodega" - dijo el Teniente con mucha indignación. También nos comentó un poco de la historia de Modelo. Construida alrededor de los años 50, la idea principal de ésta cárcel era que se ubicara fuera de la ciudad. "Claro, ya que pasó el tiempo, la ciudad se la fue comiendo" - aclara el Teniente. Hasta la fundación de La Picota, la cárcel Modelo era una de las penitenciarías más grandes de la ciudad. "Como unas diez cuadras mide Modelo" - comentó. Luego comento que dos novias en un día, no era una cosa usual. Dado a que la cárcel cuenta con una capilla, los internos tienen el derecho de ejercer su voto en el matrimonio. Mientras miraba a sus alrededores, comentó nuevamente con indignación, que usualmente las visitas les causan problemas a los cadetes de seguridad. Tratan con problemas de histeria y educación por parte de los visitantes que no comprenden el concepto de seguridad que hay que cumplir. "La gente que viene de afuera no entiende este proceso". Un dato que me asombró es que únicamente se permite pasarle comidas preparadas, nada de pizzas, ni hamburguesas, tampoco productos con queso, puesto que los internos tienen la tendencia a fermentar dichos alimentos y drogarse con ellos. Con todo, recalcó que los grupos de apoyo eran de suma colaboración con la administración penal. Las brigadas de salud oral, los grupos cristianos y los practicantes de universidades hacen convenios con ellos con el único propósito de ayudar.
Finalmente, era nuestro turno de entrar. Al pasar por la puerta peatonal, miraron nuestras identificaciones, nos colocaron un sello y un número en el brazo. Pasamos por un pasillo de rejas que daba al edificio principal. Constaba de una construcción rectangular en ladrillos, de dos pisos, grandes ventanales templados y techos planos. A sus costados tenía dos edificaciones más pequeñas: un comedor y otro de aparentes oficinas, en su delantera tenía parqueadero con dos buses de la INPEC. Se producía un contraste visual entre el gran deterioro de la calle con el interior de los muros, el cual estaba cuidado y mantenido. Resaltaba el blanco y el gris de las paredes, generando un ambiente de colores fríos, en conjunto con los uniformes azules de los guardias.
Entramos al edificio y llegamos al segundo punto de seguridad. Una habitación que contaba con una enorme máquina detectora de metales y pequeño pórtico en su lado izquierdo, con un escritorio y una reja alta. Pasamos al frente de una hilera de hombres de mediana edad esposados, que me miraron directamente. Nos revisaron físicamente y nos colocaron un sello ultravioleta. Por alguna razón, estaba sumamente concurrido y no pude analizar el lugar con detalle. Al pasar la reja, tomaron nuestras cédulas y nos dieron una tarjeta plástica con un número.
Nos presentaron a dos dragoneantes: Diana Velásquez y Sandra. Caminamos por un largo pasillo que en un costado tenía una caminaría dividida por una reja blanca. En el fondo se encontraba el tercer punto de seguridad. Allí tenían una enorme silla gris con las palabras BOSS II. “Eso es otro escáner de objetos metálicos” – comentó el teniente. Luego, un guardia sentado enfrente de otra reja blanca llamó nuestros nombres.
Finalmente, habíamos llegado al corazón de Modelo. Se veían 4 profundos pasillos en forma de cruz. Mi primera impresión fue lo mucho que se parecía a un colegio. Primero, nos dirigimos al pasillo de la izquierda, exactamente a la sección de atención psicosocial. En ella, encontramos una amable muchacha llamada Daniela Garzón, ella era la encarga de hacerles talleres a los internos, a fin de inculcarles moral durante su estadía. Luego fuimos hasta el fondo del pasillo. Los guardias se encontraban movilizando a las secciones de internos a medida que cruzábamos el corredor, por lo que se encontraba muy concurrido. Una de las dragoneantes comentó: “Esto parece un transmilenio”, pues sí se asemejaba a las concurridas estaciones del transmilenio. En el fondo, estaban dos secciones que no logré oír correctamente, pero supuse que se trataba de los sectores 1A y 2A, de delincuencia común. Nos regresamos al corazón. Al ver tantos internos siendo movilizados, me inquieté. La mayoría nos miraron de pies a cabeza y algunos daban los buenos días. Yo intenté mantenerme en una actitud plenamente neutral, no interactué mucho con ellos, por lo que únicamente los miraba de vuelta y asentía con una ligera sonrisa.
Continuamos el recorrido por el pasillo norte o del fondo. Entramos al comedor, el cual consistía en un galpón con largas mesas y sillas de concreto. El teniente vio a un grupo de internos hablar sobre las mesas de concreto y les exclamó: “No vayan a molestar”, lo cual me generó un poco de inseguridad. Nos encaminamos al patio y vi en la puerta internos llevando acumulaciones de plásticos al corazón de la cárcel, nuevamente las miradas mordaces sobre nosotros. Cerca de la esquina suroccidental del establecimiento, estaba la sección de tercera edad. Nos asomamos por una pequeña ventanilla y súbitamente un anciano asomó la cabeza, lo cual me generó un pequeño susto que logré disimular. Al asomarme, vi todo tipo de hombres seniles: musculosos, gordos, flacos, en sillas de ruedas y hasta uno sin piernas. Casualmente estaba entrando un viejo interno, nos dijo que se llamaba David Mosquera y que tenía 60 años. Al pedirle un comentario, nos compartió su arrepentimiento con la frase: “Uno se muere de viejo, pero no de pendejo”. Pasamos por la panadería y vimos las cosechas, muy orgullosos el teniente y las dragoneantes nos comentaron la gran variedad de frutos que se cosechaban en Modelo: papa, berenjena, tomate, cebolla, pimentón, entre otros. “Es un suelo muy productivo, muy fértil” - nos comentó el Teniente.


Cruzamos por los alrededores de una cancha de fútbol, con unos cuantos internos realizando actividades. Al cruzar otra reja, una de las dragoneantes dio un pequeño salto al ver un ratón por las rejillas del suelo. El teniente rió y dijo “Ese también es parte del menú”. Llegamos a la unidad de salud mental, en donde encarcelaban a todo hombre que padeciera de algún trastorno mental. Allí se notaba la pulcritud de los pisos y paredes blancas decoradas con carteles de papel maché: Feliz día de las mercedes. Realmente, simulaba  a un preescolar con celdas y grandes rejas carcelarias. Vimos un cuarto con hombres jugando ajedrez y uno pintando un globo. Noté los múltiples trabajos que semejaban actividades de niños: Animales hechos de papel, vírgenes pintadas con témpera, tarjetas con dibujos de crayón y unas múltiples enciclopedias en un estante al fondo de la habitación. Al caminar nuevamente por el corredor, nos encontramos con dos personajes bastante peculiares. Se trataba de Dairon Yesid Jiménez Bautista, de 22 años y de Carlos Castro alias La Fashion, de 40 años. Los dos internados por tráfico de estupefacientes. Nos comentaron sobre el bullying que lamentablemente existe entre los encarcelados hacia ellos. Tal hecho, me causó pesar dado a que Yassid y Carlos aparentaban ser personas muy agradables y joviales que no se merecían tal trato debido a la homofobia y la ignorancia de las demás personas.


Regresamos al corazón y esta vez nos dirigimos al pasillo de la derecha. Era allí donde se encontraba la capilla, la emisora de radio y las celdas de extranjeros y de crímenes más graves. Primero ingresamos a la capilla, donde vi una de las novias de la entrada sentada frente al altar con un interno engalanado. En una puerta oeste a la cruz, se encontraba la entrada a una serie de cuartos pequeños. Era allí donde se llevaba a cabo las transmisiones por radio y un taller de teatro. El teniente nos dirigió directamente a la emisora, donde encontramos un pequeño e improvisado estudio, que contaba con todo para ser una emisora. Tres hombres manejaban tales instrumentos con suma destreza, nos invitaron a sentarnos y a darle un saludo a la prisión. Vi en las caras de mis compañeras, tensión y me hicieron señas para hablar, aunque ellas hablaron también. En mi turno, les comenté que era venezolana y la expresión de uno de los internos fue de gran conmoción. Ante ello, me dijo que frecuentemente los internos eran reunidos a rezar por la gente de Venezuela, lo cual fue una muy dulce sorpresa para mí. ¿Quién iba a pensar que en una cárcel colombiana fuesen a rezar por mi país?


Terminada la sesión, dimos las gracias y continuamos el recorrido. Las dragoneantes nos comentaban que allí se encontraban internos por crímenes de homicidios y violaciones sexuales. Se veía en la cara de estos hombres, algo muy diferente a los de las otras celdas. Fue muy interesante ver la atmósfera de violencia que cargaban en sus caras. Hombres con pintas muy casuales, en los que nunca pensaríamos que son capaces de cometer tales actos. Por otro lado, en los agresores sexuales, noté que la mayoría se trataba de hombres mayores, con un patrón de gordura, calvicie y casualidad. No pude evitar tener contacto visual con un hombre de suéter negro que se asomó por la reja y nos tiró una mirada sumamente perturbadora.


Concluímos así el recorrido, ya nuestras últimas actividades consistieron en una visita a la cantina de los guardias y una agradable charla con una de las dragoneantes. Finalmente, debo acabar con una pequeña reflexión que no deja mi mente: la percepción de las cárceles que nos presentan los medios, no son nada parecidas a la realidad. Esto no los afirmó el Teniente ya en la salida, “No es lo que pintan allá afuera”. Fue evidente este razonamiento, al ver la casualidad de las dragoneantes al hablar con los internos. La relación entre los oficiales y los internos es realmente fascinante, dado a que se preocupan por ellos, pero sin bajar la guardia. La manera en la que los internos respetan a los visitantes refleja una gran cantidad de disciplina que no llegamos a ver con facilidad en el mundo exterior. La cárcel Modelo, no es ni un infierno ni un paraíso para nadie, es simplemente una prisión que cumple con sus obligaciones. Hablamos de encarcelados que “ni siquiera conocen el transmilenio”, como nos mencionó la dragoneante. Es muy duro el cambio con el que les toca encontrarse cuando salen de la cárcel. Estas personas caen en cuenta de que la Bogotá que dejaron cuando fueron internados, no será la misma en la que saldrán cuando cumplan con su penitencia. Allí es básicamente donde se encuentra el castigo en el sistema judicial colombiano. El aislamiento a la vida real. No hay nada peor que ser privado de tu realidad por la fuerza.


Es importante enfatizar que acá entran las actividades recreacionales que les brinda la prisión. El simple hecho de que el establecimiento cuente con personal de salubridad, de psicología, de enfermería, de pedagogía, de seguridad, de hospitalidad, de ocio y de religiosidad, ya nos indica la preocupación por el bienestar social en Modelo. Castigar sin violar los derechos humanos, no es una tarea fácil. Se podría interpretar como una manera de decirles a los internos: “tu vida no se acabará aquí”. La gobernación necesita gente útil y productiva para progresar, sin importar sus récords criminales, mientras haya vida, habrá asistencia.

Honestamente, podría escribir unas 50 páginas sobre mi experiencia en la cárcel Modelo, pese a mis motivos, debo escribir un trabajo viable para el profesor y la clase. Es por eso que acá reduje los acontecimientos por nivel de importancia. Fue muy interesante para mi, aprender a no juzgar y convertirme en un dispositivo analizador de mi entorno. Especialmente en un lugar completamente nuevo para mí, sentí que aproveché la visita al máximo. Nuevamente, me gustaría recalcar que aunque la cárcel modelo cuenta con sus pequeños defectos en organización, se mantiene firme en la dirección correcta para superarse. Ella no pretende censurar, transformar o imponer un sistema carcelario, sino que simplemente, se mantiene al tanto de sus errores, los corrige y busca una manera de evitarlos en el futuro. Esta es la actitud respetuosa, sencilla y obediente en la que las demás instituciones judiciales deberían actuar, ya que, el primer paso para el progreso siempre estará en el reconocimiento de nuestros errores.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Metalenguaje - Ejercicio

Bitácora 9

Ejercicio del Rapport